martes, 13 de septiembre de 2011

PERSONAJES - Ana Beker: la amazona de las Américas

Ana Beker era argentina, sus padres eran letones. El 1 de octubre de 1950, partió de Buenos Aires (Argentina), llegando el 6 de julio de 1954 a Ottawa (Canadá).
Esta hija de agricultores había consagrado cuatro años de su vida a unir a caballo las capitales mas distantes de las dos Américas, y sobre todo a realizar su sueño.
Parte de la pampa con dos caballos Criollos, Príncipe y Churrito, y llega a los rascacielos con Furia y Chiquito Luchador. La "gaucha rubia", que hablaba fuerte y que tenía un revolver calibre 38 en la cintura, atravesó Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México y de Texas volvió a partir rumbo a Nueva Orleáns, Washington, Nueva York y Montreal antes de llegar a su destino.
Alentando a sus caballos con besos y golpecitos de fusta, la "Amazona de las Américas" tuvo que protegerlos de las mordeduras de los murciélagos, nutrirlos tanto con arroz como con carozos de maíz, salvarlos de los ataques de los cóndores en los Andes y de los de jaguares en la jungla, y si les frotaba con ajo sus cuartillas, no era para alejarles los vampiros, sino para impedir que se acercaran las serpientes venenosas.
Casi al pasar, ella cuenta cómo elude el pedido de matrimonio de un cacique, atraviesa sin dificultad la guerra civil en Colombia, comparte el sueño de un buscador de tesoros en el lago Titicaca y escapa de los cazadores de vicuñas, sin murmurar cuando uno de sus caballos le da una patada. Ana Beker escribe de manera sencilla, no rebuscada, sin drama, y es así como se puede percibir mejor su talento, que se notará durante su viaje.

Atacados por los cóndores
De forma trágica, y con algunos días de diferencia, Príncipe y Churrito, los dos caballos Criollos de Ana Beker murieron en los alrededores de La Paz, Bolivia. La sorprendente anécdota que reproducimos aquí se desarrolla en Perú. Luchador, un caballo gris de doce o trece años, de buena apariencia y una yegua zaina de catorce años son los nuevos compañeros para continuar el viaje.
"Sucedió durante una de mis solitarias paradas, cuando contemplaba emocionada el grandioso espectáculo que me brindaban las cumbres y los precipicios de la Cordillera. Los cóndores sobrevolaban mi cabeza, con una majestuosidad que parecían los reyes de los Andes.

Estaba sentada con los pies al borde de un camino muy angosto, en forma de caracol, y los caballos estaban parados unos metros mas lejos, muy atentos. En semejante terreno, es difícil olvidarse el peligro de caer en el precipicio. Luchador se encontraba un poco mas alejado, buscando hierba entre las piedras. De pronto, vi un gran cóndor volar en picada hasta mi caballo. Luego, otro, y luego tres, cuatro cóndores describían en el aire círculos majestuosos alrededor de Luchador, quien se inquietó cuando el ave le dio un terrible golpe con su ala; después lo ataca otro, lo cual me espantó tanto como a mi caballo. Entonces, los cóndores comenzaron a golpear a diestra y siniestra con sus enormes alas a mi pobre montura. Comprendí inmediatamente su intención: trataban de desequilibrar a Luchador para que perdiera pie y se desbarrancara.
Me abalancé sobre Luchador en el momento apropiado para ajustar su protector de cabeza e impedir que cayera al precipicio. Los cóndores retomaron altura, luego, sin preocuparse por mi presencia, volvieron a la carga. Se les veía furiosos por no poder cumplir con su objetivo. Aquello fue un verdadero combate; el caballo estaba aterrorizado y yo gritaba girando los brazos para espantarlos. Se alejaron un poco y entonces aproveché para atar el cabestro a una piedra grande. Volví cerca de mi equipaje, y con mi revólver disparé tres o cuatro tiros. Las detonaciones mantuvieron a las aves de rapiña a una buena distancia, lo cual me permitió llevar a los caballos hasta un lugar más espacioso y mas seguro.
Ana Beker con Libertad Lamarque

Este suceso fue el que mas me asustó durante mi viaje. Las aves tardaron bastante en desaparecer, lo hicieron cuando se convencieron de haber perdido su presa. Yo desconocía esta actitud de los cóndores, pero luego supe que procedían de esa manera con los burros, las mulas o los caballos abandonados a causa su edad por los Indios. Si los encontraban en esos parajes escarpados y abruptos, los hacían caer como ya les he explicado. Una vez caídos y muertos, se precipitaban todos para atracarse con sus despojos hasta no dejar mas que los huesos. Yo misma vi cómo , cerca de Abancay, un mula vieja y desgarbada que probablemente se habría alejado de la manada era atacada por los cóndores. La golpeaban con sus alas hasta hacerla caer al suelo. Me asomé por la falla en la que había caído y vi a los cóndores desmembrarla y destrozarla con furia a picotazos. Sin saber de dónde venían, aparecieron de pronto decenas de aves de rapiña que sobrevolaban el lugar de la encarna. Cuando los cóndores se alejaron, se acercaron los buitres..."

La amazona de las Américas, un libro culto
La Amazona de las Américas inspiró a toda una generación de expedicionarios a caballo. Cuando se sabe que se trata del periplo de una mujer que, en 1950 montó un caballo en Buenos Aires y llegó cuatro años mas tarde a Ottawa, se dice que no hay nada sorprendente en ello. Nada, no, salvo el hecho que nadie entre ellos nunca lo había leído, por una buena razón: fue editado en Argentina en el año 1957 con menos de 3000 ejemplares, nunca traducido, irremediablemente agotado, este libro no dejó de existir.


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